Belmonte

    Timelines (o cortes transversales del tiempo)

    Isabella Benshimol Toro

    18.09.25-15.11.25

    ¿si detenemos el tiempo, se acuesta o se pone de pie?


    Un corte transversal a la Tierra revelaría campos vastos de color puro. El tiempo retratado en aglomeraciones de materia. Capas y capas de granos de arena, polvo, minerales, huesos, escombros, sedimento, lava. Lo que quedó acumulado de las eras anteriores se ha ido convirtiendo en pinceladas de color, trazos hechos de tiempo. Debajo de la corteza terrestre están nuestros antepasados más recientes y los más antiguos. Todo el detrito de los siglos.


    Mientras yo escribo esto, tú perseveras en tu intento irrefrenable por contener el tiempo, casi como si quisieras abrazarlo. Pausas para tomar una foto en los momentos menos esperados—cuando llega la hora de poner la ropa a secar o cuando te desvistes para tomar un baño. Tareas comunes y automáticas, acciones universales que recorren el planeta en todas las direcciones posibles de tiempo y espacio. Cosas que siempre hemos hecho.

    Tus obras son monumentos a lo diario. No pase desapercibido el hecho de que diario es una palabra que puede significar al menos tres cosas: uno de los objetos informativos de más amplio acceso, un cuaderno con las notas
    más privadas o algo que se repite todos los días. Siempre te has interesado por ese espacio borroso entre lo íntimo y lo público, por el momento que no es ni acción ni descanso, por el instante en el que algo no está ni seco ni
    mojado sino secándose o des-mojándose. Nos une una curiosidad por eso que quedó dicho sin ser dicho, lo que solo entendemos tú y yo. Aunque quizás, realmente, solo lo entiendo yo.


    Me imagino que todas tus conversaciones son casi como esta exposición. ‘Timelines (o cortes transversales del tiempo)’ — disecciones limpias, que atraviesen el cuerpo del tiempo para estudiarlo arqueológicamente. Avanzas
    en dos idiomas y a veces cuatro acentos. Frente a los tenderetes tan meticulosamente organizados en vertical, tus Coladas hablan un lenguaje que resulta caótico y expresivo, con forma de horizonte. El eje Y es casi como el hemisferio izquierdo del cerebro: lógico, matemático, analítico y deseoso de orden. El eje X es la contraparte: pasional, fantasioso, caótico. Entre las dos, se hace una cuadrícula. La resina te ayuda a petrificar casi en estado líquido, aparentando el brillo del agua y del jabón, como una mancha de óleo aún fresca en el lienzo a pesar de las décadas. Todo envuelto en Plexiglas, un material que usas tanto para cubrir como para exhibir el contenido, como una vitrina que contiene una reliquia del pasado en un museo. Trabajando dentro de la caja, dispones, mueves y esculpes las telas cual pinceladas.


    Se oyen ecos de Gego y de Agnes Martin en las líneas perfectas de los alambres de acero inoxidable que dibujan con la ropa recién lavada un pálido paisaje de rayas. Con sus contrapartes, siento que pintas con brochazos gruesos la corteza de la tierra o un cielo nublado en el estilo de los grandes campos de color de Helen Frankenthaler en los 60. De nuevo el punto intermedio: no es pintura, tampoco es solo escultura, es algo entre
    ambas. Es ambas. La ‘Línea gris perla’ es la pieza más intersticial de todas—es un trazo plano que quiere invadir el espacio tridimensional. En tu intento por estudiar la magnitud del tiempo, vuelves a revelar lo elusivo y escurridizo que es: justo cuando casi sientes que logras medirlo (o a mayor escala, dimensionarlo), se convierte en fósil, tesoro, recuerdo de un momento al que ya no se puede regresar.

    La última vez que conversamos me hablaste de un texto que nunca has podido releer porque no sabes quién es el autor ni qué era lo que decía, solo permanecía en ti la esencia del recuerdo de haberlo leído. El texto era sobre los monolitos de John McCracken. Erguidos e imponentes, reflejando su alrededor, son artefactos místicos y mágicos. A diferencia de los de McCracken, tus monolitos son lienzos que nos reflejan desde la pared. La última vez que te escribí, te contaba sobre un libro de Clarice Lispector, ‘Água viva’ (1973). Y justo esta mañana sentí una corazonada y vi ‘La hora de la estrella’ (1977), su última novela, encabezando una pila de libros al lado de mi cama. Lispector dedica el libro al color escarlata de la sangre, a todos los artistas que la presagiaron—que le hablaron de ella antes de que ella misma supiera quién era, y a dos personas queridas “que hoy ya son huesos”.


    -Melanie Isabel García

    Info

    Belmonte de Tajo 61

    28019 Madrid

    Miércoles a viernes 

    de 11.00 a 19.00

    Sábados 

    de 11.00 a 14.00