Últimamente, Lucas Dupuy se ha interesado especialmente por el campo de la geometría fractal, ese concepto matemático que se sitúa entre la teoría de la medida y la teoría del caos. Abarcando formas y patrones geométricos infinitamente repetitivos y autosimilares a escalas sucesivamente más pequeñas —a veces conocidos como simetría expansiva o desplegable— los fractales aparecen con sorprendente frecuencia en la naturaleza y son admirados tanto por su atractivo estético como por sus aplicaciones prácticas. Un árbol fractal simple puede dibujarse bifurcando continuamente un solo tallo inicial que se divide en dos ramas, luego cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos, y así hasta el infinito. Los matemáticos han estado empujando los límites —inexistentes— de este campo durante más de un siglo, presentando cada uno sus propios modelos patentados, agradablemente proporcionales y confiablemente repetibles: el conjunto de Mandelbrot, la esponja de Menger, la alfombra de Sierpiński, e incluso el copo de nieve de Koch. Los patrones fractales pueden observarse en las algas, el ADN, granos de polvo, redes fluviales, rayos, piñas e incluso en los cuernos de las cabras montesas. Muchas de las ilusiones ópticas alucinantes de M. C. Escher contienen fractales fragmentados, y el análisis fractal se ha utilizado con un 93 % de precisión para distinguir entre pinturas originales e imitaciones de Jackson Pollock.
Para Dupuy, más allá de su indudable importancia matemática y teórica, los fractales le interesan por su evocación emocional. Su presencia —desconocida, inadvertida o subestimada— tanto en fenómenos naturales asombrosos como en las simples satisfacciones simétricas de la vida cotidiana. Esa sutil sentimentalidad de una escala que disminuye lentamente, aproximándose cada vez más a una abstracción absoluta con cada iteración, tendiendo hacia la disolución pero salvada de la desaparición por la propia esencia del infinito. Luz moteada filtrándose a través de los huecos del dosel de un árbol frondoso. Polvo o humo suspendido en el aire, iluminado por un rayo de sol disperso. Dupuy busca capturar esos momentos etéreos y efímeros sobre el lienzo, colgando en el equilibrio de luz, sombra, matiz, tono y textura.
Estas obras comienzan como una serie de dibujos autónomos con aerógrafo —estudios de marcación que intentan excluir la mano del artista de su producción—, en los que sus pinturas disimulan el trabajo en un esfuerzo por parecer sueltas, ejemplificando esa paradoja de planificación previa necesaria para lograr un momento perfectamente fabricado de supuesta libertad. Cada boceto preliminar es fotografiado antes de someterse a un examen digital minucioso, un proceso prolongado de acercar, recortar, volver a acercar y volver a recortar que imita los caminos pautados de un fractal que se encoge lentamente. Luego, se traslada a una arpillera pesada y peluda —la naturaleza nuevamente pronunciada a través de la fisicalidad del soporte fibroso— donde la urdimbre y la trama del tejido grueso esperan recibir capa tras capa de gesso pigmentado. La imprimación se endurece hasta volverse permanente, formando parches densos de color, mientras que el espacio negativo de la tela cruda restante se abraza como una sombra. Esa magia matemática de los fractales vuelve a insinuarse a través de trazos gestuales amplios que parecen desafiar toda restricción gravitacional o física. Los presenciamos manifestarse momentáneamente sobre el lienzo, mientras imaginamos que continúan habitando un plano extendido, por ahora invisible.
Junto a esto, una selección de frottages en grafito alude aún más a los procesos y patrones naturales, dependiendo como lo hacen de una superficie preexistente e irregular, y trazando elevaciones y depresiones como un reflejo topográfico resultante. Introducida al ámbito artístico por Max Ernst a través del surrealista frottage, obedecía a su deseo de documentar para la posteridad la veta de una tarima favorita acentuada por el desgaste de los años. Combinando esta técnica artesanal tradicional con métodos de fabricación tecnológicamente avanzados, Dupuy crea sus propios relieves texturizados tallados en CNC listos para el frotado. Cada panel es un collage de referencias visuales extraídas del vasto archivo del artista, donde imágenes encontradas de techos de oficinas de revistas de arquitectura se cruzan con capturas de pantalla del videojuego Metal Gear Solid, o dibujos diagramáticos de líquenes se encuentran con fotografías propias de puestas de sol sobre un paisaje nevado en Suecia. A medida que se dejan de lado la perspectiva y la semejanza a través de la repetitiva eliminación y renovación de la tercera dimensión, en el ir y venir del físico a lo digital, los frottages permanecen como huellas fosilizadas de paisajes ficticios.
—Héctor Campbell
LUCAS DUPUY (Reino Unido, 1992)
Las obras de Lucas Dupuy están impregnadas de una sutil sentimentalidad y una ansiedad enérgica, tomando referencias de la arquitectura, el avance tecnológico, la cultura popular, los sistemas de lenguaje y de la belleza a menudo ignorada así como de la tensión tradicional que surge del intento humano por coexistir con la naturaleza. Formas fugaces y vibrantes parecen correr por cada lienzo, entrando y saliendo del plano pictórico en una nebulosa vertiginosa. Evidentemente abstractas, pero enraizadas en una observación emocional del espacio físico y una exploración empática de nuestro entorno inmediato.
Lucas Dupuy (n. 1992, Londres) estudió en la City and Guilds of London Art School (2014–2017) y ganó el Clyde & Co Art Award Prize. Entre sus exposiciones individuales recientes destacan: It’s An Endless World!, PARCEL, Tokio (2023); Formless Anxiety, TICK-TACK, Amberes (2023); y Florist Mews, Castor Gallery, Londres (2021). Ha realizado residencias con Project Atami, Shizuoka, Japón (2022) y Gobbledygook, Londres (2019). En 2019, Dupuy fundó su propio sello editorial, Lichen Books, junto con All Purpose Studio.