Belmonte

esta luz, tóxica (II movimiento)

Giulia Cenci, Georgina Hill, Bhanu Kapil y Jonás de Murias

21.04.23 - 03.06.23

Si aún fuera posible aislar los espacios materiales e inmateriales de la vida, podríamos seguir pensando lo tóxico en términos de exterioridad: un afuera que daña los cuerpos más allá de la función del sensorium.

Los sentidos son el lugar donde se ejercita el contacto del cuerpo con el suelo, con otres, con el calor y el miedo. Un espacio de contacto que es fundamental para el mantenimiento y cuidado de la vida. En el proceso, estos contornos sensoriales se moldean, se doblan, se infiltran; calando en los umbrales de una intelección nociva, de pensamientos contaminados y sentidos envenenados, ecosistemas tóxicos y entornos sociales corrompidos que se fusionan y refuerzan entre sí. Se producen tanto como producen; las capas que conectan esos contornos están dentro y fuera, en lo sensible y en lo material, en el borde y en el desborde.

Aunque los límites entre cuerpo y aire hayan sido históricamente pensados como elementos estables, más que como membranas que hacen circular oxígeno y dióxido de carbono desde “dentro” hacia “afuera” y viceversa, sus formas de acción son mutables: desde la interioridad psíquica y corpórea hasta el orden tóxico del patriarcado industrial racial. La toxicidad es un motor espiral, una flecha convertida en círculo.

A partir de obras que se aproximan a estos ciclos, esta exposición despliega formas de reciprocidad que enfatizan como lo tóxico se infiltra en la introspección, el cambio y la resiliencia de la vida hasta no poder desprenderse de ella. Son trabajos que apuntan hacia la complejidad que supone esta permeabilidad mutua en términos de representación. Lo tóxico como ontología solo puede rastrearse desde las huellas que deja, los efectos y modificaciones que provoca, los comportamientos que utiliza y los cuerpos sobre los que actúa. Y nada de esto es estable. Aquí, las artistas han renunciado al principio del yo en favor de formas de maleabilidad o canalización en las que sus medios artísticos ya no son dados, sino que se conciben como variables: campos de fuerza donde los materiales del arte se convierten en flujos de materia y signos que se reensamblan y transforman. Los trabajos que resultan equivalen a un hacer estético que es dinámico y dialéctico, que gira en torno a deslices de forma, vocabulario y medios.

El poema que abre este texto, y con él la exposición, da cuenta de una forma de poesía en la que Bhanu Kapil hace resonar materiales y palabras, dejando que el lenguaje perfore la idea del cuerpo como algo completo. Sus poemas exponen la subjetividad a un contacto con el mundo que hace que esta se adhiera a sus superficies y entornos. Impregnados del contacto pasado y presente tanto como tus pulmones recuerdan lo que has respirado hasta hoy, la contaminación del no-yo sobre el yo, la posibilidad de devenir y transformarse, dan cuenta de una toxicidad omnipresente que pone en crisis nuestra idea de sujeto, y por ende la adecuación a como representarlo.

Esta dificultad también se da en el eclecticismo de la serie de cajas de Georgina Hill. En ellas, la artista recupera la fascinación por un mundo misterioso, incontenible y oculto donde el cuerpo toma conciencia, aprende y asimila a través de la fascinación y el contacto. Tras lo que Max Weber quedó en llamar, desencantamiento del mundo (el ansia del pensamiento occidental por la racionalización absoluta que explique la totalidad del universo y lo desprovea de su agencia para funcionar al servicio del avance racionalista), se produce un vacío interior. Como dice Yayo Herrero: ‘‘El conocimiento rompía de un tajo los nudos que le ataban a la vida y se extraviaba’’. Y son precisamente esos nudos, los elementos que más pegados a la vida están, los que Hill utiliza como contrapeso de un sistema tóxico sustentado por las fuerzas del progreso y crecimiento. Una suerte de refugio donde el cuerpo se deshace en el contacto con unas hojas secas, papel de periódico, uñas postizas o la luz cálida de un interior.

La mirada se cuela en estas cajas de forma pausada, dejando que la subjetividad se adhiera a esas superficies internas. Una interioridad que se vuelve abyecta en el espacio de la galería a través de una serie de esculturas en las que Giulia Cenci utiliza lo aptico para devolver nuestros cuerpos al complejo ciclo de toxicidad fisiológica y sensorial al que pertenecen. Es como si en ellas se diese lo que María Zambrano llamaba razón poética: la necesidad visceral de superar una percepción aislada, abstracta e instrumental: repartir el logos por las entrañas.

Al mirar de cerca estas ‘‘entrañas’’ se intuye como el trabajo de Cenci implica a su vez una transformación hacia algo que excede lo humano. La subjetividad se acerca a lo sintético y empatiza con una concepción de la máquina como algo que debe articularse en términos complementarios y no antagónicos a lo humano ¿Qué es tóxico cuando no se sabe quién o qué es el sujeto experimentador?

Ese desmoronamiento del yo se siente en el diafragma a través de las notas graves de kɐ’ʀxɛgʁɐ, una instalación sonora de Jonás de Murias que hace más denso el aire de la galería. En esa densidad, nuestra piel recibe y rebota el sonido. Es, en palabras de Bhanu Kapil, anfitrión y huésped a la vez, nos hace experimentar la permeabilidad del cuerpo. Y si, incluso en este aire denso, crees que el cuerpo que llamas tuyo te pertenece, como si la distinción entre cuerpo y mente o entre ‘‘yo’’ y mundo pudiera mantenerse, imagina tu corporalidad flotando en el vacío.

Alejandro Alonso Díaz

Poema

La química anfitrión-huésped

Es inclusiva, compleja, molecular,

Delicada.

Googléalo.

¿Es el anfitrión quien envuelve

Al invitado o es el invitado

Quién atrae formas tenues

De amor, como el amor

De un padre hacia une hije

En septiembre

Y enero, cuando le niñe

Está más

Vulnerable?

¿Son estas preguntas suficiente

Para violar

Tu deseo por arte

Que viene de otro

Lugar?

¿Cuáles son los límites

De esta bienvenida?

Después de todo, no siento nada.

Por ti.

Bhani Kapil

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