Quiero doblarte
¿Cómo mantener distancia durante una implicación total? La moderación es la tarea más dura. Lo único
que sigue a la abundancia: más abundancia. Reponte, o repón algo, y vuelve a soltar. Un juego infinito
basado en la repetición. Un juego serio.
Cuando amasas pasta de papel, la cantidad de sustancia aumenta. Con otros materiales ocurre exacta-
mente lo contrario: cuando se ponen en movimiento, se encogen. Algunos se endurecen al amasarlos,otros se ablandan.
Las palabras pueden tener una cualidad similar: pueden conllevar más palabras, toda una corriente, o
también, como acto verbal, evocar una realidad que permanece en silencio. No perder palabras en aras
de comunicarse puede ser un gesto de poder. Direccionalidad dura, o subtexto suave.
Contrapposto. Siempre hay una pierna de apoyo y otra libre, que juega. El control, la renuncia al control,
la insistencia y el dejarse llevar van de la mano, se necesitan mutuamente. Casi nunca se está sobre dos
pies al mismo tiempo. El cuerpo (de trabajo) se mueve de un lado a otro entre dicotomías. Todo parece
una cuestión de equilibrio: en el consumo, en el deseo, en la escultura.
A veces no queda claro si el material se encoge o crece, o un poco de ambos, uno tras otro, en un estado infinito de devenir y disolución. La repetición es un juego serio.
Los elementos escultóricos de Lucía Bayón se apoyan en las paredes de la galería de forma semi-implicada. Se sostienen a sí mismos y entre sí, y puede que incluso las paredes se sientan sostenidas por su contacto. Se ciernen sobre el espacio y sobre la vaga idea que se tiene de ellos como entidades autónomas.
Los visitantes se encuentran en una instalación, una intervención donde algunas de las paredes son obras realizadas por la artista, otras ya estaban ahí. Ambas partes se acercan, sobresalen la una de la otra, optando por un suave mimetismo. Son tan sutiles como intrusivas: se esconden a sí mismas y algo dentro y debajo de ellas, ligeramente tímidas, y (literalmente) despliegan su invasividad e insistencia precisamente en su retraimiento.
Tienen algo de esquivas y algo de desafiantes. Son piezas-declaración discretas (como se dice en moda). El estilo es conflicto, escribe Lisa Robertson.
Como ocurre con el rubor, lo que se quiere ocultar, encubrir, se hace especialmente visible en el arte. La
vergüenza siempre juega un papel, afortunadamente. Es una parte inicial de enseñar algo, de mostrarse
ante los demás. Otra cuestión de equilibrio: en algún lugar entre el consuelo y la exposición. En algún
lugar entre demasiado y demasiado poco.
Recientemente, Lucía Bayón integra en sus piezas objetos recolectados, bolsas de plástico, retazos de
cultura. ¿Quizás sean menos ready-mades que unready-mades? ¿Han estado listos para mostrarse? De
hecho, en un principio, se hicieron sólo como contenedores, contenedores de mercancías. Siempre a la
sombra de las mercancías que debían envolver y transportar.
Incluso en su capacidad de llevar rastros de otra cosa, los objetos se vuelven infinitos en cierto sentido. Dejar huellas significa que algo ha terminado. Afortunadamente, una huella rara vez permanece sola,
sino que se complementa con otras huellas, retazos de cultura, cuya connotación, referencia, relación
se difumina. Aprendí de un arqueólogo: «las huellas no existen en la historia per se, las construyen los
científicos». Miran las cosas únicamente en retrospectiva.
Walter Benjamin describe cómo, en edad preescolar, cuando era lo bastante alto para alcanzar el cajón
más bajo de la cómoda del dormitorio de sus padres, se sentía mágicamente atraído por la sección
de calcetines que había dentro. Varias veces al día, introducía las manos y buscaba, metía los dedos
en los paquetes de calcetines, se quedaba un momento y luego los volvía a sacar, medio excitado,
medio satisfecho, nunca del todo aliviado. Había algo prometedor en introducir los dedos en las bolas
autoenvueltas: los paquetes parecían esconder algo dentro de sus curvas. En realidad, sin embargo, sólo estaban anudados consigo mismos, en sí mismos.
Leo la breve anécdota de los calcetines de Benjamin como un comentario sobre el deseo en la primera
infancia. Dentro del ovillo de calcetines, de forma similar al principio matemático de la banda de Möbius,
la búsqueda del «contenido» es en vano: el interior deseado permanece inalcanzable y el deseo persiste por esta misma razón. La aparente futilidad se convierte en necesidad: la redención es, afortunadamente, imposible.
En la intervención coreográfica de Lucía Bayón, las puertas se abren y se cierran a partes iguales, como
en una comedia teatral. Aunque permanezcan cerradas temporalmente , está claro que podrían volver a
abrirse en cualquier momento. Es evidente que algo, alguien, actúa detrás de ellas, que se activan, incluso cuando permanecen quietas, cuando se detienen un instante.
Dicen: El humor es una puerta giratoria en todas direcciones. Empuja y tira. Tira y empuja. Y otra vez.
Puedes hacerte mucho daño si entras en una puerta giratoria demasiado despacio o demasiado deprisa. Un chiste puede esconderse entre los pliegues de la repetición, igual que una confesión, suave o dura. La repetición es un juego serio.
Olga Hohmann