Los reflejos de luz sobre esta zona encharcada se disponen como una flecha, como una escuadra, como una D. Las golondrinas cruzan de un lado a otro de la valla, después descienden y rozan el agua con sus torsos de plumas. Beben o no beben, se refrescan entre aguas fangosas.“Y qué itinerario tan formidable, la radiación solar, atravesando el universo, circulando por mi estómago tal átomos del naná naná.” Días más tarde camino hasta el extrarradio, dejo atrás las naves de Amazon, giro, cruzo, sigo y llego hasta una zona de escombros y barro, vuelvo a cruzar y más allá encuentro el humedal. Un “medicane” azotó anoche la región y los aviones aterrizan ahora fuera de horario. Desde aquí alcanzo a ver parte de las pistas, la playa y la desembocadura. La arena no es arena ni tampoco barro, el agua se abre paso entre carreteras, marismas y juncos. El ritmo de los aviones contrasta con la quietud del lugar, las corrientes lentas y la sedimentación pausada. El tiempo parece dilatarse hasta ser amorfo. Después de un rato, sigo caminando hacia el interior del delta.
A pocos kilómetros de la ciudad, me adentro en un laberinto viscoso. Cercados y charcos forman un entramado caprichoso y caótico, quizás debido al paso del ciclón. Una brisa fina y húmeda sopla a través de las verjas. Al fondo una embarcación hace circular la arena que se posa en los bancales de forma caprichosa. Y draga, y draga, y draga. Recorro las marismas entre suelo y charcos, entre un sólido y líquido plagado de bulbos y rizomas. La fertilidad es caótica y contrasta con el orden de las mercancías y personas que la rodean; esperando ser cargadas, desplazadas y reubicadas en posiciones nuevas. Aquí y allá se acumula el follaje, entre el agua dulce y el salitre aparecen especies raras. Del barro surgen unas etiquetas amarillas; arrastradas hasta aquí por el agua y agolpadas unas contra otras. Como el viento que dispersa siglos de taxonomía y objetividad, pasamos de un lugar a otro. A mi alrededor se extiende un territorio blando como un nido. Este lugar permanece en una descomposición que se mantiene impasible ante mis ojos. Y continúo…De esa observación, de la sensación de deshacerme en un suelo indefinido, me ha quedado un cocktail de frases…“material inconsistente… no como ese flujo de mercancías almacenadas en naves de aeropuerto, que antes de llegar a destino, se pudren.” Hablan mis paseos crepusculares y llegan hasta un punto donde se abre el flujo; donde las cosas flotan y el caudal se expande hasta que el significado se diluye en el cambio de escala.
Alba Garza